De vez en cuando, un poco al azar, cojo un libro de poesía y espigo, acá y allá, en el metro o en algún parque, poemas que leo con sorpresa y delectación. En esos momentos demorados el lenguaje poético se me revela, frente al lenguaje de la ciencia, como esencialmente libre. Sin embargo, ambos lenguajes parecen compartir una misma fuente creadora, unas mismas operaciones de la imaginación que los hacen isomorfos…
The Garden of Eden (Erastus Salisbury Field, 1860)
La poesía, absolutamente libre en su impulso inicial, va a cristalizar, no obstante, en una compleja trama expresiva. Nombres, verbos, adjetivos –novedosamente interrelacionados–, aspiran a darnos una imagen evocadora del mundo, aspiran, en rigor, a ser una forma de conocimiento. Vea el lector, a modo de ejemplo, estos dos hermosos poemas programáticos de Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti:
Juan Ramón Jiménez
Eternidades (1918)
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
… Que mi palabra sea
la cosa misma
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
Que por mí vayan todos
Los mismos que las aman, a las cosas…
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto, y tuyo
y suyo, y mío, de las cosas!
Rafael Alberti
Entre el clavel y la espada (1940)
Después de este desorden impuesto, de esta prisa,
de esta urgente gramática necesaria en que vivo,
vuelva a mí toda virgen la palabra precisa,
virgen el verbo exacto con el justo adjetivo.
Que cuando califique de verde al monte, al prado,
repitiéndole al cielo su azul como a la mar,
mi corazón se sienta recién inaugurado
y mi lengua el inédito asombro de crear.
La ciencia, de otro lado, parece seguir el camino firme y trazado –pleno de certidumbre– de la razón metódica. Pero esta razón, para ser fértil, necesita una y otra vez imaginar posibilidades, anticipar interacciones entre el objeto observado y el medio circundante. Y esta acción creadora del investigador comparte, así lo creo, la misma raíz –y el mismo misterio– que aquella con la que el poeta descubre una expresión inédita y abarcadora del mundo.
Yo propondría siempre un método poético de observación. Así, con las hormigas que encuentro en mis paseos diarios por el barrio donde vivo: seres que irradian posibilidades e interacciones infinitas, a la espera de una aprehensión poética.
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