jueves, 10 de marzo de 2011

Aquellas lagartijas…

Those lizards…

Con 13 años y muy pocas lecturas, pero con la retina impresionada por las imágenes del Serengeti africano o la selva amazónica que veía en los documentales del inolvidable naturalista y divulgador español Félix Rodríguez de la Fuente, decidí ponerme a observar las lagartijas de los muros cercanos a mi casa, en el barrio sevillano de Heliópolis, junto al estadio de fútbol del Real Betis Balompié (mi equipo de siempre). Durante cuatro años ininterrumpidos me plantaba frente a las paredes, miraba las lagartijas y anotaba en una libreta su conducta. Con 16 años, y tras saber por la radio de la existencia de un concurso “para jóvenes científicos e inventores”, me puse a redactar un pequeño ensayo que titulé El comportamiento de las lagartijas de las paredes, más tarde publicado en la editorial Paraninfo (1979).

Lagartija de las paredes (Podarcis hispanica)

Hace poco he encontrado en una vieja carpeta unos folios con la traducción inglesa de ese trabajo, traducción que se preparó para la fase final del concurso celebrada en París en 1977. Los he revisado y recompuesto, con mis dibujos originales, en una modesta edición electrónica para Amazon Books (The behavior of the wall lizard).

En esas páginas hablaba de la termorregulación, del comportamiento social y reproductivo, de la alimentación y de la caza de esos pequeños reptiles (Podarcis hispanica). Me hacía infinidad de preguntas, y cuando las contestaba, iba muchas veces más allá del rigor y la contrastación necesarios. En esos primeros años de naturalista incipiente la imaginación interpretativa se me desbordaba, pero aprendí a mirar, a plantear hipótesis, a dialogar en silencio con los hechos de observación.


Cuando terminé la redacción de estas notas sobre las lagartijas, comencé otra aventura que me llevaría a observar intensamente, durante un quinquenio, las hormigas de las aceras de mi barrio. Ese mismo año de iniciación mirmecológica fue también el de mi entrada en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de Sevilla, donde apenas estuve doce meses. Para entonces era ya completamente alérgico al estudio reglado. La única asignatura que aprobé, la Biología de primer curso, fue un regalo del benemérito catedrático de zoología Don Fernando de Pablos Casanova, al que debieron de entretener las conversaciones que mantuve con él sobre hormigas y abejas (estas últimas, confinadas en una colmena acristalada que había fabricado para observar sus asombrosas danzas).

3 comentarios:

  1. Siempre he pensado que es la curiosidad lo que hace al científico, mucho más que sus conocimientos.

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  2. ¡Ya era hora, José María! Y aprovecho para felicitarte, desde aquí, por tu meritorio trabajo y por muchos otros pero ¿para cuándo el Blanus? ..., ¡El Blanus!, ¡El Blanus!, ¡El Blanus!

    Un abrazo

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  3. Muchas gracias, Luis. Te prometo dedicar una entrada al Blanus cinerus, a su extraña emisión de sonidos que descubrí hace muchos años, y a la leyenda milenaria que rodea la asociación entre los anfisbénidos y las hormigas.

    Un abrazo.

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