miércoles, 17 de noviembre de 2010

La observación

The observation

Desde pequeño me ha gustado salir a la calle y pasar muchas horas observando los animales de los parques y calles de mi barrio. A ser posible en soledad, vagando por solares abandonados y repletos de maleza, o a la orilla del Guadalquivir, entre praderas exuberantes de gramíneas y cardos borriqueros. Tras muchos años, el acto de observar se ha convertido para mí en una experiencia singular: una suerte de diálogo fascinante, incierto y siempre renovado con la Naturaleza.

Espigas verdes de trigo (Vincent van Gogh)

Como todo lo humano, la observación admite grados y niveles de complejidad. ¡En ningún caso estamos ante una mera percepción sensorial de los datos externos¡ Podrían discernirse dos fases observacionales: una primera de habituación, en la que el observador, tras largo tiempo, conoce y aún predice los patrones de comportamiento de un ser vivo, aprehendiendo muchas de sus interacciones con el entorno. Un ejemplo serían los criadores de hormigas o de reses bravas: conocen muy bien sus animales, pero todavía en un estadio elemental. Una segunda fase observacional sería la de focalización o profundización. Cada comportamiento o estructura admite subdivisión, y sus componentes pueden ser analizados; surge, además, la posibilidad de explicación causal a varios niveles: mecanicista, funcional y evolutivo.

Martín Pescador (Vincent van Gogh)

El naturalista experimentado incorpora también, durante el proceso de observación, su acervo de creencias, lecturas e hipótesis que actúan a modo de filtro de la realidad. En rigor, sólo verá ciertas cosas y no otras. Por más que le asistan los protocolos y la metodología, existe siempre un factor inexorable de indeterminación que sesga, en mayor o menor grado, el conocimiento. La observación resulta así, constitutivamente, deficiente, con el contrapunto extraordinario de la inagotabilidad de lo real.
Citaré dos casos asombrosos de observadores del siglo XIX: Claude Bernard, el fundador de la Fisiología moderna, y el gran Louis Pasteur. De Bernard decían sus discípulos, atentos y atónitos alrededor de la mesa de disección cadavérica, que descubría con la misma facilidad con la que respiraba. De Pasteur narra el entomólogo Henri Fabre la visita que le hizo a su casa para interesarse por los gusanos de la seda, que por entonces padecían una patología desconocida que causaba estragos en la sericicultura francesa. ...Pasteur acababa de ver por primera vez un capullo y de saber que en ese capullo hay algo, esbozo de la futura mariposa; ignoraba lo que sabe el último niño de la escuela en nuestras campiñas meridionales, y este novicio, cuyas inocentes preguntas tanto me sorprendían, iba a revolucionar la higiene de los criaderos de gusanos; y aun la medicina y la higiene natural.

Tronco de un árbol de tejo (Vincent van Gogh)

La capacidad creativa de estos sabios encuentra difícil explicación dentro de los cánones de la ciencia reglada. Por motivos últimos que la epistemología desconoce, ellos observan más y mejor, a veces de manera cualitativamente diferente. Acaso late en ellos un cierto impulso poético, un flujo continuo de interrelaciones posibles entre lo observado y su entorno, una metodología poética que, como en los cuadros de van Gogh, cambia la visión de las cosas.

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