jueves, 3 de junio de 2010

Las hormigas en Fray Luis de Granada (1504-1588)

The ants in Fray Luis de Granada (1504-1588)

Fray Luis de Granada –Luis de Sarriá– fue un activo predicador dominico de sólida formación humanista, autor de diversos libros y tratados teológicos. En la Introducción del Símbolo de la Fe (1583), su obra maestra, dedica la primera parte a ensalzar la Creación como vía de conocimiento divino. Fray Luis reservará un capítulo a las hormigas, recopilando comentarios de los clásicos y aportando algunas reflexiones y observaciones personales realizadas en su celda conventual. Su prosa, bellísima, está entre las mejores de la lengua española.


Capítulo XVIII. Cómo resplandece más la sabiduría y providencia del criador en las cosas pequeñas que en las grandes

I. De la hormiga

Después de aquella general pérdida y desnudez que nos vino por aquel común pecado, el principal remedio que nos quedó fue la esperanza en la divina misericordia, como lo significó el Profeta cuando dijo: «En paz dormiré y descansaré seguro, porque tú, Señor, singularmente pusiste mi remedio en tu esperanza». Para esforzar esta virtud tenemos muchos y muy grandes motivos (de que no es ahora tiempo de tratar), mas entre éstos no pienso que mentiré si dijere que no poco se esfuerza esta virtud con la consideración de las habilidades admirables que el Criador dio a un animalillo tan despreciado, tan vil y tan inútil como es una hormiguilla, la cual, cuanto es más pequeña, tanto más declara el poder de quien tales habilidades puso en cuerpo tan pequeño. Porque primeramente, siendo verdad que los otros animales comúnmente no tienen más cuenta que con lo presente, porque alcanzan poco de lo futuro y de lo pasado, como dice Tulio, pero este animalillo, a lo menos por la obra, siente tanto de lo que está por venir, que se provee en el verano (como vemos) para el tiempo del invierno. Lo cual pluguiese a Dios imitase la providencia de los hombres, haciendo en esta vida provisión de buenas obras, para tener de qué gozar en la otra, conforme a aquel consejo de Salomón, el cual nos amonesta que hagamos con toda prisa e instancia buenas obras, porque en la otra vida no hay el aparejo que en ésta para hacerlas. Y por no hacer los hombres esto que las hormigas hacen, vienen después a experimentar aquella profecía del mismo Salomón, que dice: «El que allega en el tiempo del estío, es hijo sabio, mas el que se echa a dormir en este tiempo, es hijo de confusión, porque el tal se hallará confundido y arrepentido al tiempo de dar la cuenta». Así se hallaron confusas aquellas cinco vírgenes locas del Evangelio, porque no proveyeron sus lámparas de olio con tiempo.
Mas tornando al propósito, ésta es la primera habilidad de las hormigas. La segunda es que, sin más herramienta ni albañil que su boquilla, hacen un alholí o silo debajo de la tierra, donde habiten y donde guarden su mantenimiento. Y aun este alholí no lo hacen derecho, sino con grandes vueltas y revueltas a una parte y otra, como se dice de aquel laberinto de Dédalo, para que, si algún animalejo enemigo entrare por la puerta, no las pueda fácilmente hallar ni despojar de sus tesoros. Y con la misma boquilla que hicieron la casa, sacan fuera la tierra, y la ponen, como por vallado, a la puerta de ella.
Cuando van a las parvas a hurtar el trigo, las mayores como capitanes suben a lo alto y tronchan las espigas, y échanlas donde están las menores, las cuales, sin más pala ni trilla que sus boquillas, las mondan y desnudan así de las aristas como de las vainas donde está el grano y, así limpio y mondado, lo llevan a su granero, asiéndolo con la misma boca, y andando hacia tras, estribando con los hombros y con los pies para ayudar a llevar la carga. Para lo cual, como dice Plinio, tienen mayor fuerza, según la cantidad de su cuerpo, que todos los animales. Porque apenas se hallará un hombre que pueda caminar un día llevando a cuestas otro hombre, y ellas llevan un grano de trigo, que pesa más que cuatro de ellas, y perseveran en llevar esta carga, no sólo todo el día, mas también toda la noche. Porque son tan grandes trabajadoras, que juntan el día con la noche, cuando está la luna llena.
Mas, ¿qué remedio para que el trigo, estando debajo de la tierra, no nazca, mayormente cuando llueve? ¿Qué corte diera en esto un hombre de razón, presupuesto que el grano había de perseverar en el mismo lugar? De mí confieso que no lo supiera dar; mas sábelo la hormiguilla, enseñada por otro mejor maestro. Porque roe aquella punta del grano por donde él ha de brotar, y de esta manera lo hace estéril e infructuoso. Hecho eso, ¿qué remedio para que la humedad, que es madre de corrupción, no lo pudra estando debajo de la tierra mojado? También saben su remedio para esto, porque tienen cuidado de sacar al sol su depósito los días serenos y, después de enjuto, lo vuelven a su granero. Y con esta diligencia muchas veces repetida lo conservan todo el año. Otra admirable diligencia se escribe de ellas, porque no sólo se mantienen de grano, sino de otras muchas cosas y, cuando éstas son grandes, hácenlas pedazos, para que así las puedan llevar.
Otra cosa se escribe de ellas admirable y es que, cuando andan acarreando sus vituallas de diversos lugares sin saber unas de otras, tienen ciertos días que ellas reconocen, en que vienen a juntarse como en una feria para reconocerse y tenerse todas por miembros de una misma república y familia, sin admitir a otras. Y así acuden con gran concurso de diversas partes a esta junta, a reconocerse y holgarse con sus hermanas y compañeras.
Son en gran manera amigas de cosas dulces, y tienen el sentido del oler tan agudo, que dondequiera que esté, aunque sea una lanza en alto, lo huelen y lo buscan. Para lo cual tienen otra extraña habilidad, que por muy encalada y muy lisa que esté una pared, suben y andan por ella como por tierra llana.
Y no dejaré de contar aquí otra cosa que experimenté, la cual me puso admiración. Tenía yo en la celda una ollica verde con un poco de azúcar rosado, la cual por temor de ellas, de que allí era muy molestado, tapé con un papel recio y doblado para más firmeza, y atelo muy bien alrededor, de modo que no hallasen ellas entradero alguno, el cual saben ellas muy bien buscar, por muy pequeño que sea. Acudieron de ahí a ciertos días ellas al olor de lo dulce. Porque su oler es tan penetrativo, que aunque la cosa dulce esté bien tapada, la huelen. Venidas, pues, ellas al olor de lo dulce, y como buscadas todas las vías, no hallasen entrada, ¿qué hicieron? Determinan de dar un asalto, y romper el muro, para entrar dentro. Y para esto, unas por un lado de la ollilla, y otras por la banda contraria, hicieron con sus boquillas dos portillos en el papel doblado, que yo tenía por muro seguro, y cuando acudí a la conserva (pareciéndome que la tenía a buen recaudo) hallé los portillos abiertos en él, y desatándolo, veo dentro un tan grande enjambre de ellas, que no sirvió después la conserva más que para ellas. De modo que podemos decir que ellas me alcanzaron de cuenta, y supieron más que yo, pues vencieron con su astucia mi providencia.
Tienen también las hormigas muy limpio su aposento, así como las abejas, según adelante diremos. Para lo cual diré otra cosa no menos admirable que la pasada, y es que ellas solas, entre todos los animales del mundo, entierran sus muertos. Y para esto, como escribe Eliano, fabrican en aquel su soterrano tres lugares distintos: uno en que ellas moran, y otro que les sirve de despensa, en que guardan la provisión de su mantenimiento, y otro que les sirve de cementerio donde sepultan los muertos. ¿Quién creyera esto, si no se hubiera visto? De modo que, como refiere Plinio, entre cuantos animales Dios crió, sólo el hombre y la hormiga entierran los muertos. Pues otra cosa añadiré a ésta muy consecuente y proporcionada con ella, que refiere Eliano, la cual podrá dejar de creer quien quisiere, mas yo la creo, así por ser consecuente a la pasada como por ser Dios el que las gobierna y el que quiso declarar más en estos cuerpecillos las maravillas de su providencia. Cuenta, pues, este autor, que, estando una vez un insigne filósofo por nombre Cleantes, asentado en el campo, vio unas hormiguillas andar cerca de sí, y como filósofo y amigo de entender los secretos de naturaleza, púsose a considerar lo que hacían. Y vio que unas hormigas traían una hormiga muerta, y llegándose a la boca de un hormiguero que allí parecía, estuvieron un poco esperando con su difunto hasta que salió una y las vio, y tornase para dentro y, yendo y viniendo algunas veces, finalmente vinieron otras, una de las cuales traía en la boca un pedazuelo de lombriz, y diéronlo a las que traían la hormiga muerta, y ellas entonces, recibido el porte de su camino, se volvieron, y las otras, reconociendo que la hormiga muerta era su hermana y de su compañía, la recibieron y llevaron consigo para darle su acostumbrada sepultura en su casa, guardando la fe debida a los hermanos en vida y muerte. Puso este caso tanta admiración a este filósofo que comenzó a dudar si tenían razón y entendimiento los animales que tales cosas hacían. Mas a la verdad entendimiento tienen, no suyo, sino de aquella soberana providencia que en ninguna cosa falta, y en ninguna yerra, y en todas es admirable como lo es en sí misma.
No hay en este animalillo cosa que no nos esté predicando la sabiduría del que en tan pequeño cuerpo puso tantas habilidades. Mas no sé si entre estas maravillas es mayor la fábrica de sus ojos. Porque todos los anatomistas confiesan que en toda la fábrica del cuerpo humano no hay cosa más prima, ni más sutil, ni más admirable que la composición de los ojos, que es un sentido nobilísimo y muy apreciado. Pues si es tan gran maravilla la fábrica de los ojos en el cuerpo de un hombre, ¿cuál es aquel poder y saber que pudo fabricar dos ojos con tanto artificio en tan chiquita cabeza como es la de una hormiga? Cosa es ésta que sobrepuja toda admiración. Con este ejemplo consolaba el gran Antonio a Dídimo ciego, después de haberle oído tratar las cosas de Dios con gran ingenio. Porque preguntado por él si sentía pena con la falta de la vista, y confesando él que sí, díjole el Santo: «¿Por qué recibes pena en carecer de ojos que tienen las hormigas, teniendo por otra parte aquellos ojos que tienen los ángeles?».
Juntemos ahora el fin con el principio de este capítulo, pues que tan gran motivo tiene aquí un cristiano para pedir a Dios el remedio de todas sus necesidades. Con cuánta confianza puede decir: Señor, que tantas y tan admirables habilidades diste a una hormiga para la conservación de su vida (en que tan poco va), ¿cómo os olvidaréis del hombre, que vos criaste a vuestra imagen y semejanza, e hiciste capaz de vuestra gloria, y redimiste con la sangre de vuestro Hijo, si él no desmereciere este favor por estar atollado en el cieno de sus pecados? Si tanto cuidado tenéis de las cosas menores, ¿cuánto mayor lo tendréis de las mayores? ¿Qué va en que la hormiga viva o deje de vivir? Y, ¿cuánto más va en que viva la criatura, a quien vos diste vida con vuestra sangre? Quite el hombre los pecados de por medio, porque éstos son, como dice Isaías, «los que ponen un muro de división entre Dios y él», y sepa cierto que tanto mayor cuidado tendrá Dios de él que de la hormiga, cuanto es él más noble criatura que ella, porque no es Dios (como dicen) allegador de la ceniza y derramador de la harina, mayormente si considerare que cuanto este Señor hace por la hormiga, no es por ella, sino por dar a conocer al hombre su sabiduría y providencia, y esforzar con este ejemplo su confianza, así como con el de las avecillas, que ni siembran ni cogen, nos anima en el Evangelio a poner en él esta misma confianza.
Mas aunque en todas estas cosas sea admirable la providencia divina, mucho más lo es en que ninguna cosa hay tan pequeña, tan vil y tan despreciada, en que no resplandezca el cuidado de esta providencia. ¿Qué cosa más vil que un piojuelo? Pues a éste le dieron sus pies delanteros y traseros, y su boca, con que chupa la sangre de nuestros cuerpos, y se mantiene de ella, y busca las costuras de la vestidura para estar en ellas más escondido y abrigado. Y lo que más espanta es que éste también pone sus huevos como cualquier ave, que son las liendres, las cuales con el calor de nuestros cuerpos vienen a animarse como los huevos de las otras aves con el calor natural de las madres, y a veces con calor artificial. ¿Quién no se admira de ver que aquella soberana Majestad, teniendo cargo de gobernar esta tan gran máquina del mundo, no se olvida de proveer de todo lo necesario a cosa tan vil y despreciada?

2 comentarios:

  1. Hola, oye, tal vez me puedes orientar. Soy Gabriela Saldaña, y estoy muy intrigada: desde hace 2 días despierto, y mi patio está lleno de hormiguitas negritas muertas...
    Normalmente en esta época del año convivimos bastante, por que con a lluvia buscan su alimento en mi cocina y en todos los rincones. Pero ahora está sucediendo esto. Y sucede por las noches.
    Ayer, simplemente las barrí Y me dije a mi misma que qué bueno, por que de pronto son un chingo. Pero hoy salí en la mañana y estaba igual de lleno de hormiguitas muertas...
    las pocas vivas que quedan se cargan a las muertas y tratan de llevarlas a algún lugar, pero también se ven bastante aturdidas y desubicadas...
    Ya busqué en internet pero no hayo nada... ¿qué estará pasando?

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  2. Pues también me desconcierta, Gabriela. Lo que si es frecuente es la muerte masiva de hormigas tras batallas entre colonias, batallas que son relativamente comunes en muchas especies de hormigas, y no sé si podrá ser el caso que expones.

    Un cordial saludo.

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