The ants of Juan Ramón
Llevo varios meses alejado del mundo de la mirmecología. Me he sumergido, y perdido, en la obra poética y prosística de Juan Ramón Jiménez, nuestro gran poeta español. Una obra enorme, compleja y profundamente bella que me ha regalado innumerables horas de absorta lectura en los parques de Madrid.
Juan Ramón Jiménez pintado por Sorolla
Juan Ramón citó poco a las hormigas, casi de pasada. He aquí algunos textos:
(Platero y yo)
Están ya aquí, Platero, las golondrinas, y apenas se las oye, como otros años, cuando el primer día de llegar lo saludan y lo curiosean todo, charlando sin tregua en su rizado gorjeo. Le contaban a las flores lo que habían visto en África, sus dos viajes por el mar, echadas en el agua, con el ala por vela, o en las jarcias de los barcos; de otros ocasos, de otras auroras, de otras noches con estrellas...
No saben qué hacer. Vuelan mudas, desorientadas, como andan las hormigas cuando un niño les pisotea el camino.
(Españoles de tres mundos. Dulce María Loynaz)
Sí, santa teresita de talco, exverde, ya comida por dentro de las hormigas menores de la vida cosquilleante; cantorcilla disecada, clavada hueca también, como un imperdible de espina, a esa vida. Como si su exhalación, su alma perdida, la dejara entre los otros, seca. Pero no para morir. Como ella, ardiente y nieve, carne y espectro, volcancito en flor; no pesadilla de otro ni, en sí, sonámbula.
(Españoles de tres mundos. Corpus Barga)
Directo, con la distancia menor y rápida. Su escritura tiene el vuelo de rectas y ángulos de una libélula... Parece que escribe con sarmientos, con yerbas, con agua, con hormigas, con escoria, con rocío.
(Españoles de tres mundos. Salvador Dalí)
Las hormigas de alas salen volando del cuadro y se posan en lo imposible. Una barra de níquel de flores de almendros. Un sol estraño que deslumbra de modo irrepetible, una coincidencia escalofriante en que se suma con arte májico lo inocente, lo orijinal, lo criminal y lo sádico.
(Olvidos de Granada)
La fiesta sobre el agua está al otro lado, el lado que yo veía desde el Colejio del Puerto de Santa María, con la jente chiquitita, como hormigas, sobre las murallas.
(Por el cristal amarillo. Mi padre)
En verano sentábamos a mi padre en el patio de mármol entre el jardín y el zaguán. A las doce se lo llevaban mi madre y mi hermana Victoria, a acostar. Y a veces se quedaba allí solito, sin decir nada, como si no hubiera nada, mirando todo distraídamente... Entonces yo me iba al jardín a ver la tierra negra de los arriates –la tierra negra del jardín que me gustaba tanto-, donde en la noche clara se veían las hormigas, la maraña del jazmín y sus hojas, las estrellas del cielo; y no sé qué adivinación lenta y cada vez mayor, como un barco que avanzara desde las estrellas, me iba acercando, como una realidad, como una existencia de lo futuro, la pena inmensa.
(Cuentos largos)
¡Cuentos largos! ¡Tan largos! ¡De una página! ¡Ay, el día en que los hombres sepamos todos agrandar una chispa hasta el sol que un hombre les dé concentrado en una chispa; el día en que nos demos cuenta de que nada tiene tamaño, y que, por lo tanto, basta lo suficiente; el día en que comprendamos que nada vale por sus dimensiones -y así acaba el ridículo que vio Micromegas y que yo veo cada día-; y que un libro puede reducirse a la mano de una hormiga porque puede amplificarlo la idea y hacerlo el universo!
(Luna grande)
La puerta está abierta,
el grillo cantando.
¿Andas tú desnuda
por el campo?
Como un agua eterna,
por todo entra y sale.
¿Andas tú desnuda
por el aire?
La albahaca no duerme,
la hormiga trabaja.
¿Andas tú desnuda
por la casa?
(El Zaratán)
Josefito Figuraciones se representaba el pecho de Cintia Marín como una casilla blanca con todo, así como la casilla del enterrador, zaguán, patio, comedor, galería, sala, corral, dormitorio. Algo como un hormiguero de una sola hormiga, un hormigón; o un panal virjen sin abejas, con el zángano solo.
(Sandovalito. Francisco R. Sandoval)
Nos echábamos en las piedras grandes de la mayor soledad, Cercedilla, entre el cuervo y la hormiga. Y allí, en doble individualidad acompañada, leíamos, ciencia o poesía, estudíabamos latín, alemán o inglés, soñábamos, pensábamos, todo con la vehemente ilusión de nuestras dos juventudes; yo 22, él 45.
(Diario de un poeta recién casado)
[El cementerio] Es como la plaza del pueblo, lo despejado, lo claro, lo junto al cielo, a donde se viene, la mañana de asueto, a ver los lejanos horizontes azules. Sus tumbas se derraman, como unas ruinas bellas, como una luna hecha pedazos, por lo verde, o buscan, entre las casas, la sombra de las ventanas con flor. Los niños se paran tranquilos entre ellas, hablándoles a sus juguetes, absortos en una hormiga, mirando sus globitos rojos, morados, amarillos...
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Pero yo quería contarle al lector otro tipo de vínculo que he establecido entre la poesía y las primitivas hormigas del género Leptanilla. En la búsqueda de sus machos alados, llevo dos veranos consecutivos recorriendo numerosas localidades de España y Portugal. Lo hago solo, desplazándome en tren o en autobús. Llegado al lugar escogido, realizo largas caminatas, de sol a sol, asomándome a fuentes, piscinas, estanques y charcas, o poniendo en el campo trampas solares nocturnas con luz ultravioleta que recojo al día siguiente.
Trampa solar nocturna con UV en el valle del Jerte, Cáceres
En la raíz de esta labor solitaria, desvinculada del mundo académico, hay siempre un sutil impulso poético que mantiene constante el entusiasmo… Cierto es que hay también, detrás, un proyecto naturalista concreto y diáfano: una primera constatación, tras dos años colectando en media hectárea de terreno en Madrid, de que estas hormigas minúsculas y subterráneas, consideradas excepcionalmente raras, son realmente abundantes y diversas en simpatría; como consecuencia, la recolección en otras regiones de la península debería aportar novedades. Y esto es lo que ha sucedido en mis viajes. ¡El número de especies duplica de momento las actualmente descritas!
El hecho mismo de colectar numerosos ejemplares conlleva, de un lado, la mejora y puesta a punto de los métodos de captura; de otro, la posibilidad de diseccionar, sin la cautela de lo excepcional, algunos especímenes. Esta disección, que a su vez requiere cuidadosos métodos de preparación microscópica, ha revelado, como les contaré algún día, la existencia de estructuras desconocidas en el género Leptanilla e, incluso, en la familia Formicidae.
Mi colección de viales y preparaciones de Leptanilla
Cerrando el círculo de lo poético-naturalista, sepa el lector que en mis viajes de recolección llevo siempre un libro de poesía. Hace dos años fue Memorias del estanque, la autobiografía lírica de nuestro magnífico poeta Antonio Colinas. El verano pasado fue Platero y yo, de Juan Ramón. Más allá de la belleza de esos textos, mi sorpresa inacabable es descubrir, poco a poco y en la medida de mis posibilidades, cómo la magia del lenguaje ilumina zonas nuevas de la realidad.