The ants in Ibn al-Awwam (XII century)
En el siglo XVIII se descubrió en la Biblioteca del Escorial un manuscrito árabe compuesto por 426 folios de papel de algodón. Se trataba de un extenso e importantísimo tratado de agricultura del siglo XII escrito por el sevillano Ibn al-Awwam, también llamado Abu Zacaría. El autor empleó numerosas fuentes grecolatinas, nabateas y árabes, que unió a su larga experiencia y conocimientos en la materia. El Libro de Agricultura (Kitab al-Filaha), describe los diferentes tipos de tierras y labores, estudia cerca de 700 plantas y árboles frutales, y se ocupa de veterinaria y apicultura.
En 1802 fue traducido al español por José Antonio Banqueri (Imprenta Real, Madrid), de donde he tomado el texto que sigue, adaptando la ortografía. Al-Awwam, como no podía ser menos, se ocupó de las hormigas que afectaban a plantas y árboles frutales, y lo hizo de manera práctica y sin concesiones a la fantasía.
En uno de los párrafos menciona unas hormigas “pequeñitas como átomos de olor fétido” que atacan ciertos árboles. Quizá alude a las ubicuas y pequeñas obreras negras del género Tapinoma, tan abundantes en mi Sevilla natal, capaces de establecer una amplísima red de senderos que conducen sucesivamente a árboles distantes del nido principal.
Ilustración de un manuscrito árabe andalusí sobre agricultura
Medios para repeler las hormigas de los árboles
Sobre reservar los árboles del daño de las hormigas, dice Abu-el-Jair, que se estorba la subida de ellas en la higuera y el cabrahígo, si alisando y bruñendo muy bien un palmo del tronco todo alrededor por donde no tenga tosca la corteza con hueso o piedra lisa, se unta la parte superior e inferior con almagra desleída en agua, pues así las hormigas no se le acercan. Otros dicen, que el mismo efecto se logra untando el tronco con mezcla de alquitrán y estiércol desmenuzado. Que si con la misma se embarra el sitio donde la rama u otra parte verde del árbol hubiere sufrido algún corte, se le suelda aquella herida. Y finalmente, que sahumando el sitio acometido de hormigas con raíces de tuera perecen todas las que hallaren este olor.
Sahumando con las hormigas, langostas y escorpiones, de que respectivamente venga el daño, el sitio de que estos insectos fuere acometido, huyen de allí los demás, según Kastos; el cual añade, que acaso sucede lo mismo haciendo igual uso de los otros insectos en lugar de los de la respectiva especie, y que sahumando las hormigas con raíces de tuera, huyen de aquel olor. Según escriben algunos Agricultores, y Wázeg, rociando poleo y alcrebite bien molido hacia las bocas de los hormigueros y de los enjambres de avispas, abejas y tábanos, se exterminan estos insectos. El vicio de lacerarse y encogerse las hojas de los árboles, llamado bákarad, de que (según Háj Granadino) suele ser acometido especialmente el durazno y el ciruelo, proviene de dos causas: de las cuales una es ser muchas las hormigas en aquel árbol o en otros semejantes, a saber: las pequeñitas como átomos de olor fétido, las cuales dañando las raíces y las yemas se engendra en ellas como especie de maná glutinoso nada dulce, que se pega a la mano, y que no dejando de ir en aumento hasta un grado dominante, las corrompe y seca. La segunda causa es haber el mucho estiércol arrugado las hojas del durazno, ciruelo, peral y semejantes, haciéndolas pasar de su regular estado al de laceradas; pues juntándose en ellas el calor del sol con el de aquel estiércol se encogen, como sucede al cabello que tiene el fuego cerca, el cual ensortijándose se abrasa luego. Así, el remedio para cuando se descubrieren tales hormigas en el árbol será formar en su tronco, de pez o barro a manera de taza que lo circunda, para que llegando las hormigas al agua de que ha de estar llena, no pasen adelante a la parte superior del árbol, sino que repelidas se vuelvan al pie. O echando junto a éste huesos de palomas torcaces untados de miel, así que en ellos se hayan prendido las hormigas se arrojarán al agua lejos del árbol o a tal distancia que no vuelvan a él. O a más de esta se hará y repetirá otra operación semejante hasta limpiar dichas hormigas, sin dejar de ejecutarla en las ramas de que se hubieren colgado hasta que caigan todas, conviene a saber, rociándolas con agua en que se hayan infundido ajenjos un día y una noche; pues así queda libre el árbol de las hormigas, que por este medio desaparecen. Si este encogimiento o contracción de las hojas proviniere de haberse la tierra quemado mucho con el estiércol, o de estar el árbol en tierra negra, cuya superficie se haya quemado con la mucha copia del mismo, o en paraje falto de agua, sanará de aquel vicio excavándole ante todo y retirándole la tierra del pie y raíces, cubriéndole estas mismas con el residuo de la tierra de los alfahares, especialmente la bermeja (que para esto tiene virtud) juntamente con guijo suelto, y regándole cada cuatro días. Y si al tiempo de descubrirse aquella contracción en sus hojas se le amontonaren piedras hacia el pie, se ahuyentarán enteramente aquellas hormigas pequeñas. Según la Agricultura Nabatea, si el vaso que contuviere miel o cosa semejante de las que buscan las hormigas, se tapa con lana blanca cardada de carnero, no se le acercan tales insectos, e igual efecto se logra si se le rodea de la misma. Susado dice, que poniendo piedra imán atractiva del hierro hacia la boca del hormiguero, no salen afuera las hormigas y se retiran al centro de la tierra; que tampoco se acercan al montón de trigo, poniéndola en medio de él; y que el murciélago muerto tiene la misma virtud.
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