Pedro de Valderrama (1550-1611)
fue un fraile agustino sevillano en cuya orden llegó a ser visitador,
provincial y prior de varios conventos andaluces. Además de estas labores
organizativas, dedicó buena parte de su tiempo al estudio (en ocasiones hasta
14 horas diarias) y a la construcción de iglesias y conventos. Pero donde
brilló de forma particular fue en la predicación. Sus sermones alcanzaron gran
prestigio, fueron traducidos a varios idiomas y se difundieron por Sudamérica.
Cuentan las crónicas que a veces, para que la multitud asistente lo viera y
oyera mejor, lo subían a las bóvedas mediante escaleras levadizas fabricadas
para la ocasión.
En sus Ejercicios espirituales (1611), compendio de muchos de sus
sermones, fray Pedro menciona varias veces a las hormigas. Y lo hace de manera
original, yendo más allá de la mera repetición de citas clásicas (Aristóteles,
Plinio, Eliano, San Jerónimo o Salomón), tan frecuentes en su época. Es muy probable que
nuestro fraile observara con cierto detenimiento los senderos de las ubicuas
hormigas recolectoras del género Messor. Dichas
observaciones, como vamos a ver enseguida, le llevaron a hacer deducciones
sorprendentes, en las que aunaba imaginación y sentido común.
***
En este primer texto, fray Pedro
de Valderrama deduce que las hormigas siguen un rastro de olor a lo largo de
los senderos que las conducen a alimentos distantes. La realidad de estos
rastros -su concepción y confirmación- no se hará patente hasta los
experimentos de Chales Bonnet en el siglo XVIII:
[…] Pues a estos tales perezosos,
con suma discreción envía la sabiduría de Salomón a la hormiga. Pero antes que
sepamos por qué los envía a la hormiga a que aprenda, sepamos por qué llama a
los sabios del mundo (cuando son infieles) perezosos. La razón es que, por no
dar un paso más adelante, se dejan morir de hambre. Así son los filósofos, los
gentiles y los herejes, los cuales solo creyeron lo que vieron con los ojos de
su razón natural, sin que hubiese remedio de hacerles dar un paso más adelante
para que creyesen lo que no veían. Válgame Dios, ¿no daréis un paso mas
adelante y sacaréis por el olor lo que
no se ve por los ojos?, pues vemos muchas veces que invisibilia dei per ea quae facta sunt intellecta conspiciuntur [lo
invisible de Dios resulta visible para el que reflexiona sobre sus obras]. Y
que así no es cosa de grande asombro, ni muy repugnante, que por lo que se ve
se pueda entender lo que no se ve, y por el olor de una cosa se pueda venir a
pasar más adelante a otra, si hubiese narices de fe que supiesen oler. Pues
para que no se pare el infiel como perezoso, sino pase adelante a buscar el
sustento que no se ve, envíale Salomón a que aprenda de la hormiga: Vade ad formicam, o piger [Ve a la
hormiga, oh perezoso]. Está una hormiga en su cueva, sepultada en un profundo
debajo de la tierra, y veréisla despoderada salir de su cueva con otras
infinitas, caminar y caminar, que llevan por aquel campo un hormiguero y una
larga procesión de ellas. Preguntadles: “¿dónde vais hormigas, tan alentadas?”
Responderán: “vamos a un montón de trigo que está un cuarto de legua de aquí”.
“¿Habéislo visto con los ojos?” Claro está que responderán que no. “Pues ¿cómo
creéis en lo que no veis, tan ciertas y confiadas que no os ha de faltar lo que
nunca habéis visto?” “Porque tenemos narices -responderán ellas- y por el
rastro de olor habemos creído lo que no vemos, y así sin dudar lo vamos a
conseguir”. Pues Vade ad formicam, o
piger. Perezoso infiel que de pura pereza no das un paso más adelante que
hasta donde te descubre la vista de los ojos, vete a la hormiga y aprende de
ella a creer lo que no se ve, y huele por el rastro de unas cosas las otras, y
vendrás a dar en ellas.
***
En este segundo texto fray Pedro
de Valderrama alude a un curioso experimento representado en un emblema
aparecido en la obra Emblemata (1564)
del humanista húngaro Joannes Sambucus (1531-1584). En dicho emblema se ve a un
hombre tocando una especie de campana en presencia de abejas y hormigas. Al
estímulo del sonido, las abejas se organizan volviendo juntas a la colmena; por
el contrario, las hormigas se dispersan y huyen sin orden. Hoy sabemos que las
abejas, además de percibir vibraciones del substrato, perciben también sonidos de
baja frecuencia, de hasta 500 Hz, transmitidos por el aire (a través del órgano
de Johnston situado en las antenas). En las hormigas se ha establecido con
certeza la percepción de vibraciones del substrato a través del órgano
subgenual de las patas, pero se debate todavía si son capaces de detectar sonidos transmitidos por el aire. Sea como fuere, el experimento expuesto por
Sambucus en el siglo XVI es sumamente atractivo. Hace tiempo, el modesto
naturalista que les habla compró (antes de conocer a Sambucus) una trompetilla
de las que se usan en los campos de fútbol… Quería observar si el
comportamiento de una hormiga forrajeadora se alteraba de algún modo al
soplarle estridentemente con dicho instrumento. ¡Fue un sonado fracaso¡ En fin,
sepa el lector que hay que experimentar infatigablemente. Yo andaba y ando
desconcertado con las hormigas que, de pronto, sin causa conocida, comienzan a
girar y girar en pequeños círculos…
[…] Es cosa verdaderamente
misteriosa hacer memoria de estas dos sabandijas [abejas y hormigas], que
aunque parecen muy diferentes, todas son símbolo de trabajo y unas muestras de
los hombres, y así Salomón los envía a ellas, a que aprendan a trabajar. La
hormiga representó siempre entre los antiguos el vulgo, la turba popular, y la
abeja a los nobles, a los reyes y príncipes, finalmente a la gente que se
gobierna por razón. La razón de comparar los primeros a las hormigas es porque,
aunque tienen algún sentido y alguna manera de providencia (por donde vinieron
a decir los poetas, entre sus mentiras, que las hormigas habían sido hombres) sin
embargo las ven sin rey, sin obediencia ni concierto, y comparáronlas a la
turba, que discurre sin concierto y las perturba cualquier cosa. Pero la abeja
tiene obediencia, tiene rey a quien está sujeta, pelea y castiga, guarda
justicia y piedad; y así se verá una diferencia particular que descubrió
naturaleza en estas dos sanguijuelas, y es que el sonido que congrega y junta a
las unas, desbarata y derrama y aún ahuyenta a las otras. Y así, si alguno
tocase una campanita junto a un hormiguero, verá a las hormigas desatinadas
huir por diferentes partes sin orden; y si con el mismo sonido tocase junto a
una colmena, vería que todas las abejas, llamadas con aquella campana y
obedientes, se juntan y se aúnan con grandísima facilidad. En lo cual parece
que naturaleza quiso descubrir la diferencia que había de la turba y vulgo a
los hombres de razón y principales. Aquellos, aunque juntos, son como la arena,
cuyo montón, aunque tenga muchos granos, cualquier viento que sopla los
esparce, porque aunque juntos, no están unidos ni tienen prudencia para saberse
sujetar a la obediencia y llamamiento de los Príncipes, que se significó por el
toque de la campana, a cuyo sonido es costumbre juntarse para alguna cosa, pues
la gente noble y de razón, que guardaba justicia y tiene premio para el bueno y
castigo para el malo, es muy obediente. De esto hizo un emblema Sambuco, a
quien puso por título Universus status,
y pintó en ella un hombre que estaba tocando como una campanilla, a un lado de la
cual estaba un montón de hormigas que al sonido huían desatinadamente, y al
otro una colmena en la cual al mismo sonido se juntaban todas las abejas.
Tomado de Emblemata de Joannes Sambucus (1564)
De lo dicho se colige que en este
estado universal de una república, unos son el vulgo, la turba y muchedumbre,
como las hormigas; otros, la gente de concierto, de sabiduría y virtud, como
las abejas. Pues decirle el Espíritu Santo por Salomón al perezoso que vaya a
aprender de la hormiga y de la abeja, no es otra cosa sino decirle al amigo de
holgarse y de estar ocioso que tienda los ojos y mire en una república. No solo
los hombres de concierto, que son como abejas, sino el vulgo, en todo lo demás
muy desordenado, todos lo convidan a que trabaje y deseche el ocio y no emperece.
Qué cosa es ver la hormiga, qué de caminos que anda por traer el trigo, cómo lo
descubre y huele desde muy lejos, cómo tiene por ligera aquella carga pesada,
cómo lo guarda, cómo lo quebranta para que no nazca, y otras cien diligencias
en cuyo ejercicio ni para de día ni duerme de noche. Pues que si volvemos sobre
las tareas de las abejas, aquella solicitud con que discurren por todas las
flores, qué cargadas vuelven a las colmenas con el rocío y cómo, aunque más
cansadas vengan, y trabajadas, no lo dejan perder, sino luego con extraño
artificio labran los paneles, obedecen a su rey, salen a la guerra en su
defensa, y otras cien cosas que sería nunca acabar. Pero aunque en las hormigas
y abejas es el trabajo y solicitud igual, en una cosa le ganan las abejas a las
hormigas, y es en el rigor grande que tienen contra las otras abejas que no
sirven más que de ser gorronas y comerse el trabajo de los demás, criando más
vientre de lo que puede su tamaño, a los cuales comúnmente llaman zánganos.
Pues a estos tales no pueden sufrir las abejas sin que luego al punto los degüellen,
y como a peste de su república las echen fuera quitándoles la vida. Por esto
pues Salomón dice que vayamos a la hormiga y a la abeja, como si dijera:
Perezoso, mira toda una república entera desde la más mínima persona del vulgo
hasta el más alto Príncipe de ella, y verás cómo todos condenan tu ocio con su
trabajo, y que cuando más nobles son los que te ven ocioso, te condenan a mayor
castigo. Pues si en una república bien ordenada altos y bajos todos trabajan, ¿por
qué quieres tú estarte ocioso?
***
Siendo prior del convento San
Agustín de Sevilla, fray Pedro de Valderrama contrajo paludismo, que le llevó a
la muerte el 25 de septiembre de 1611.
Ruinas del convento San Agustín de Sevilla
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