sábado, 6 de abril de 2019

La Ciudad de las hormigas (1597-1684)

The City of ants (1597-1684)

En 1684 Johann Simon Dilger publicó en Alemania un opúsculo de 32 páginas titulado Rempublicam Formicarum, “La república de las hormigas”. El tratado consta de dos partes: una dedicada a la organización social de estos insectos (Pars Politica), y otra a la descripción de aspectos morfológicos, reproductivos y de comportamiento (Pars Physica).

Portada de Rempublicam Formicarum, de J. S. Dilger (1684)

Especialmente llamativo es el dibujo que aparece en la portada bajo el epígrafe “Delineato Civitatis Formicarum”. Se trata de un esquema o plano de un hormiguero rectangular en el que se indican los cuatro puntos cardinales mediante los nombres respectivos de sus vientos: Céfiro, el dios griego de los vientos del Oeste; Euros, el dios griego de los vientos del Este; Auster, el dios romano de los vientos del Sur; Aquilo, el dios romano de los vientos del Norte.


El texto explicativo de este plano apareció originalmente en la obra enciclopédica Dies caniculares (1597) del obispo y humanista italiano Simeone Majoli​ (1520–1597). Dilger lo transcribió literalmente y añadió el dibujo que figura en la portada de su opúsculo. El libro de Majoli, compendio de Historia Natural y de temáticas tan dispares como la licantropía, los fósiles o la magia, alcanzó numerosas ediciones y fue traducido al alemán y al francés. La edición francesa de 1609 es la que he utilizado para traducir al español la descripción del plano del hormiguero. 
El mismo Majoli nos dice que las observaciones que siguen las realizó durante el papado de Gregorio XIII (entre 1572 y 1585):

[…] Voy a contar lo que yo mismo he observado sobre este tema. Un día de julio me levanté temprano para dar un paseo por las afueras de un pueblo de la región de Apulia llamado San Bartolomé. En el camino encontré un trozo de madera cuadrada de ocho pies de largo bajo el cual había un nido de hormigas. Con el fin de contemplar sus pequeños habitáculos, pedí a mis sirvientes que levantaran suavemente la madera, de tal forma que no se causara ningún destrozo ni alteración a lo que hubiere debajo.
Al retirar la madera apareció un hormiguero cuadrangular de barro, de unos cuatro pies de largo y algo más de un pie de ancho, en el que observamos a las hormigas yendo y viniendo de acá para allá por galerías o pasadizos, cual si fueran habitantes de una ciudad. Era cosa admirable ver el trazado rectilíneo de lados y ángulos, y las dimensiones constantes de longitudes y anchuras, como si en su construcción se hubieran empleado la regla y el compás de un arquitecto. Había un pasadizo muy recto, de un dedo de anchura y profundidad, que recorría de lado a lado el hormiguero. Dicho pasadizo estaba atravesado por otros tres de similar anchura y profundidad, equidistantes entre sí, que generaban tres intersecciones. En los extremos cerrados de dichos pasadizos estaban amontonados los huevos de las hormigas. Las cavidades de la otra parte del hormiguero estaban tan repletas de granos, que rebosaban sobre las galerías. La limpieza de todos estos caminos era maravillosa. No había ni una pequeña piedra, ni polvo, ni paja, ni líquido alguno. En definitiva, todo lo que vimos debiera considerarse una verdadera Ciudad en la que existe una loable vigilancia, una particular necesidad de conservar bien la descendencia, la economía y los edificios, en la que cada ciudadano trabaja siempre por el bien público, ya en el campo, ya encerrados en beneficio colectivo y, en fin, donde cada cual cuida de la salud de todos los habitantes. Solo había una entrada orientada al Céfiro, pues estos pequeños animales, según pienso, creen que no debe orientarse al Aquilón, al Euro o al viento del mediodía. Estábamos todos confundidos y asombrados de que tan extraordinario trabajo lo llevaran a cabo las hormigas en la oscuridad, y de que hubieran determinado la conveniencia de construir su ciudad en el llano del país en vez de en lugares escarpados, donde no habría sido posible hacerlo tan bien […].
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Desde Pierre Huber (1810) y Auguste Forel (1874) sabemos que algunas especies de hormigas orientan el eje mayor de los domos o cúmulos externos de tierra de sus hormigueros en dirección Este-Oeste, de tal manera que la cara Sur reciba óptimamente los rayos solares. Es probable que muchos otros comportamientos constructivos, y con ellos la arquitectura resultante, estén guiados por ineluctables mecanismos de orientación, en buena parte desconocidos todavía.

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